Dark Mode On / Off

EL ÁGUILA

CRÓNICAS DE ATLÁNTIDA

Por Wilson Mesa

Si bien mucho se ha escrito y hablado sobre esta original construcción ubicada en las barrancas de Villa Argentina, de la que este año se cumplen tres cuartos de siglo de existencia, me pareció interesante brindar algunos datos sobre su origen, muy poco conocido en realidad.
Para ello me basaré en las descripciones que su constructor, Juan Torres Franzero, le hizo a la escritora Rosario Infantozzi, en una entrevista memorable incluida en el libro “Cuentos de viento y de mar – Historias de Atlántida”, publicado en 1998.
Ante la necesidad de limitar la extensión de esta crónica transcribiré solamente algunos fragmentos de dicha entrevista.
Cuenta Infantozzi – «…Llegué a lo de Juan Torres y toqué el timbre. Unos pasos lentos se acercaron a la puerta y un hombre mayor, de cabellos grises y mirada triste me recibió muy amablemente. Me hizo pasar, me instaló en un cómodo sillón y sólo cuando, por fin, se sentó frente a mi descubrí que la mirada triste no era triste, pero tampoco era mirada. Juan Torres estaba casi ciego…».
«…Llegamos, por fin, al tema que me había llevado allí. Con el corazón palpitante, hice mi primer a pregunta, la más simple y la más difícil:
-Don Juan ¿qué es realmente El Águila?” -¿fue sólo una impresión fugaz o sus ojos casi ciegos relampaguearon con vida nueva?
-¿El Águila?…No es nada de lo que Ud. se imagina o de lo que la gente cree -me contestó, con la brusquedad del médico que hace el diagnóstico de un mal incurable o del sabio, harto de escuchar mil veces la misma pregunta estúpida de un alumno estúpido.
-¿Y qué es, entonces?
-Un capricho, nada más que un capricho de un hombre muy especial. Una idea muy simple que se fue transformando en una quimera, sólo eso. Natalio Michelizzi, quien fue prácticamente el inventor de este balneario, me pidió que le edificara en el fondo del jardín de su casa llamada “El Barranco” -que lindaba con la playa- un nicho de dos metros por dos, para colocar allí una virgencita que pensaba traer de Buenos Aires y que jamás llegó. Un nicho, una urna, una especie de capillita, un lugar, como decía él “para que las mujeres se saquen las ganas de poner flores y prender velas”.
Me quedé de una pieza. ¿Qué me estaba diciendo este hombre?… mi famoso refugio nazi, mi romántico escondite de piratas y contrabandistas, convertidos de un plumazo en inocente capillita?


-¿Está seguro, Torres? -pregunté, desesperada -¿no será que a Ud. no le decían las cosas como eran para no involucrarlo en algo turbio?
-Mi querida Rosario, ya veo que Ud. ha escuchado los rumores que corren por ahí sobre esa construcción.
Por eso, para empezar, creo que es justo que Ud. conozca un pequeño y a la vez inmenso detalle…
¿Ud. sabe cuándo terminó la Segunda Guerra Mundial?
-¡Claro! fue en abril de 1945.
-Pues entonces mal podía ser El Águila un refugio nazi cuando Michelizzi me encargó la construcción de la famosa capillita el primero de agosto de 1945, el mismo día en que Rodolfo Lastreto -el hijo de la señora Marcela- cumplía la mayoría de edad y él daba una gran fiesta en el Hotel Planeta para festejar el acontecimiento ¿Se da cuenta? la guerra ya había terminado antes de que yo empezara a construirla.
Volví a quedarme muda. Los minutos pasaban y el silencio era cada vez más ominoso.
-¿Usted vino aquí para que yo le contara la verdad, no es así? -me rezongó, Torres, suavemente- ¿y ahora no quiere oírla?
-Discúlpeme -conseguí articular, avergonzada -no quise ser grosera ni desagradecida, pero es que ese lugar tiene para todos nosotros tanta magia, no puedo creer que no haya sido más que una capillita.
-No sea apurada, esa magia de la que Ud. habla está, pero ¿por qué no pensar que fue el propio Michelizzi el que la puso allí?…».


EL ORIGEN
Juan Torres siguió contando: «….– Michelizzi, un napolitano fantástico, me pidió ese día que le construyera un nicho de dos metros por dos. Nos fuimos caminando los dos para el fondo de la casa, a un monte que daba contra la playa y allí, en medio de los árboles, elegimos el lugar para hacer la capillita. Cuando íbamos llegando de vuelta a la casa, la señora Marcela, que era muy desconfiada, nos preguntó: -¿Qué vienen tramando ustedes dos? -¡No te quedes chico! -me dijo entonces Michelizzi, en voz bien baja para que ella no lo oyera. Así dijo y cuando él decía “hacélo asi”, había que hacerlo así.».
«Él quería las cosas siempre más grandes de lo que podía. En ese momento se me vino a la mente la posibilidad de que quisieran hacer un altar adentro, así que me dije: “Yo la hago grande y después ellos que hagan adentro lo que quieran”.


De modo que hice una habitación de cuatro metros por cuatro y con techo a cuatro aguas. Cuando él volvió (…) y se encontró con la habitación pronta, le gustó y me pidió que le abriera una arcada a un costado y le agregara un dormitorio. Lo hice tal como me había pedido. Se imaginó entonces que era un buen sitio para recibir amigos y quiso una cocinita y un baño. También se los hice. Cuando el edificio estuvo pronto se quedó un largo rato mirándolo en silencio. Después me dijo:
–¿Qué te parece, Torres, si ahora me hacés un águila encima?
–¿Una qué? -le contesté anonadado.
–Un águila…y recubierta de piedras, para que parezcan plumas…-
Y se fue.

ARMANDO EL ÁGUILA
Juan Torres va agregando más detalles:
«Como el águila era hueca -continuó rememorando saqué una escalerita de ladrillos desde un costado del bañito y construí encima una especie de camarote con ventanas al frente y los lados y una puerta de salida a lo que era la parte superior del pico curvo.
Cuando Michelizzi vio aquello quedó encantado, porque sobresalía por encima de las copas de los árboles y desde allí se tenía una vista asombrosa de toda la Ensenada de Santa Rosa, como le llamaban a este lugar.


Entonces le gustó tanto que me pidió: -Ahora, Torres, quiero que abajo me hagas un bote.
–¿Un qué? -le pregunté desesperado.
–Un bote, una barca ¿entendés?
Y se fue otra vez, convencido de que yo, de alguna manera, me las iba a arreglar para cumplir con su deseo. Y lo hice. Le hice la barca que me pedía con bloques y hormigón (…) Yo me entusiasmaba con las cosas que se le ocurrían, aunque sabía que después iba a llorar para llevarlas a cabo.


Y NACIÓ LA BARCA
«…Bajo mi dirección y con la habilidad y buena voluntad de la gente que tr abajaba para mí, fue modelada la forma de la borda. El piso de la imaginaria embarcación se convirtió en una gr an terraza a la que se accedía por una puerta que abrimos en la garganta del águila. Una escalerita de ladrillos descendía desde esa terraza hasta las entrañas del bote, donde construimos una habitación que después se utilizó como bar. Tenía dos ventanitas en forma de ojo desde las que uno miraba hacia afuera y veía sólo mar, lo que daba la sensación de estar embarcado. La proa terminaba en dos agujas de hormigón, que simulaban la boca abierta de un delfín.
Rudi Wolmut, un pintor polaco que trabajaba en el Hotel Planeta, decoró las paredes del bar con tiburones y toda clase de bichos marinos y pintó las piedras con tanto realismo que parecían plumas de verdad.
-¿Para qué se usaba realmente El Águila, Don Juan? -volví porfiadamente a la carga.
-Para leer, para pintar, para recibir amigos y tomar copetines, para ver la puesta del sol ¡para tantas cosas!
A ellos les gustaba sentarse allí y sentirse como reyes en su palacio, alejados de la gente y sobre todo de la lengua de la gente ¡Pero ésa sí que es otra historia!…». (libro de Rosario Infantozzi).

DATOS COMPLEMENTARIOS
Por su parte el historiador local, J.M. Gutiérrez Laplace, brinda algunos datos más con respecto a la construcción de “El Águila”: «… La construcción de “La Quimera” (1945-48), se hizo con materiales de la zona y en forma totalmente artesanal, sin planos, ingenieros, ni arquitectos. Es una construcción de piedra, con cabeza de águila y cuerpo de delfín, ubicada en lo que hoy es Villa Argentina. El constructor fue Don Juan Torres. El transporte fue una carreta tirada por bueyes y un humilde camioncito que funcionaba a gas de carbón. Las piedras se extrajeron de las canteras cercanas; las tablas se hicieron con los pinos talados en el lugar; la laboriosidad fue aportada por los obreros locales. Se decoraron las paredes interiores con tiburones y pulpos entre extrañas algas. Los muebles se fabricaron en el lugar. Hubo un momento que fue del apogeo para “La Quimera”. Fue lugar de reunión de Michellizzi con sus amigos. Fallecido el dueño (1953), el edificio y sus jardines comienzan una etapa de rápido deterioro. A partir de allí todo es leyenda. Se dice que fue refugio de contrabandistas, observatorio de espías nazis, «centro de energía cósmica» y otras leyendas que pueden escucharse de los lugareños…». (Juan Manuel Gutiérrez Laplace).


CUANDO SE CAYÓ LA PROA DEL BARCO
En una entrevista realizada al Sr. Federico Molinari, en el año 2010, él nos contó que recuerda el exacto día en que se cayó la proa de la construcción ubicada en las barrancas de Villa Argentina. Según el relato de Molinari, el derrumbe sucedió en la noche entre el 12 y el 13 de julio del año 1982. Recuerda exactamente el hecho porque el día anterior él estuvo sentado en la mismísima punta de la proa del supuesto barco, que avanzaba por delante del cuerpo de El Águila. Esa noche del 12 de julio Federico Molinari pernoctó en una casa de Villa Argentina muy cercana al “pájaro de piedra”. Cuenta que se desató una gran tormenta y en determinado momento sintió, sobresaliendo del fragor de la tempestad, un ruido impresionante que hizo temblar la tierra. Al otro día muy temprano se asomó a la costa y el símil de barco, con dos puntas en la proa, se había partido y estaba derrumbado en la base de la barranca.


ALGUNOS INTENTOS DE RECUPERACIÓN
EL ÁGUILA ha sufrido un largo período de deterioro producto de la acción de la naturaleza y, sobre todo, de la acción humana y la desatención total de las autoridades cuando pasó a ser “propiedad fiscal”.
**Recién en el año 2005 tuvo una primera intervención para tratar de “salvarla”, cuando se le colocaron los gaviones con piedras en la parte delantera para contener la erosión de las barrancas.
**En el año 2018 se hizo una intervención muy importante en su parte “edilicia, cuando se refaccionó el exterior e interior que estaban absolutamente destrozados.
**Otra medida que fue muy positiva para impedir que los visitantes escalaran la barranca por cualquier lado para acceder a El Águila fue la construcción de una escalera de madera en el zanjón del costado, la que primero fue con escalones y en el año 2020 se hizo de tipo inclusivo, con rampas en lugar de escalones.
**También se ha trabajado en la fijación de la arena con distintos métodos que hasta ahora no parecen totalmente eficaces.


EL FRACCIONAMIENTO EQUIVOCADO
Recién en el año 2014 se vino a “descubrir” que, debido a un mal fraccionamiento inicial al lotear el predio de “El Barranco”, parte de la construcción (El Águila) e incluso el lugar de la escalera de madera están dentro de un predio lindero privado.
Esto sucedió cuando la “ONG. El Águila” solicitó que un agrimensor de la Intendencia de Canelones hiciera una nueva delimitación del predio total público (14 de mayo de 2014) y apareció esa “pequeña sorpresa”. Pero ya era tarde para cualquier acción legal prescriptiva, porque el solar lindero había sido comprado por un particular.


CONCLUSIÓN
“El Águila” de Villa Argentina se ha convertido en un ícono de la costa canaria. Sigue siendo visitada por miles de turistas atraídos por la originalidad de la construcción y muchos ni se imaginan cómo era antes ni cuál fue su origen.
Eso es lo que he querido contarles de manera muy resumida. Habría mucho más para decir sobre el “pájaro de piedra”, pero quedémonos por aquí que ya es bastante.

NOTA: En la entrevista de Infantozzi se deslizan dos errores de “nacionalidad”: 1- Natalio Michelizzi era calabrés y no napolitano. // 2 – Rudy Wohlmuth, el pintor que decoró el interior del barco, era austro-hùngaro y no polaco. Otra precisión – En entrevista que le realizáramos a dos nietos de Marcela Benincampi, Alberto y Susana Lastreto, ellos sostuvieron la idea de que en realidad la punta de “La Quimera”, representaba un mascarón de proa de barco vikingo con dos espolones. Esto dejaría de lado la teoría de la cabeza de delfín.

FUENTES:
Libro “Cuentos de viento y de mar – Historias de Atlántida”, de Rosario Infantozzi.
Entrevistas realizadas por Olga Piriz, Arinda González Bo y el suscrito.
Libro “Atlántida, un sueño que surgió desde las olas”, de Juan Manuel Gutiérrez aplace.
IMÁGENES – Una fotografía gentileza de Elizabeth Torres Lozano. Otras son extraídas de Internet y otra de Arinda González Bo.
11

Artículos Recomendados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

[instagram-feed]
Abrir chat
Hola
¿En qué podemos ayudarte?