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“Del río padre / pequeñas olas
besan la playa / que duerme sola.
No está la luna / pero el lucero
platea las aguas. / Avisa el tero
que de las sombras / vienen llegando
con Lavalleja / los bravos gauchos.
Juran al jefe / sobre la arena
librar la patria / morir por ella”.

José María Obaldía

Por Wilson Mesa

El 19 de abril de 1825 se produjo un hecho en nuestra historia nacional que se ha convertido en leyenda, por sus características de hazaña del coraje y de amor a la libertad. Quisiera recordar con ustedes algunos aspectos de este acontecimiento, conocido como la Cruzada Libertadora. Aspiro a revivir un hito histórico muy importante. Y, de paso, homenajear a aquellos criollos que un 19 de abril, de hace 199 años, plantaron la bandera tricolor en el “Arenal Grande” de la Agraciada y juraron liberar la patria o morir por ella.

No eran sólo “33” – ni eran todos orientales

La investigación histórica finalmente ha constatado que los cruzados no eran “33” exactamente, sino que había más hombres y que de ellos no todos eran “orientales”. La cantidad de participantes de la gesta fue variando durante el transcurso de la expedición. Si bien el número de “33” es el oficialmente aceptado, los nombres difieren de un listado a otro; a lo que se agrega el hecho de que sus redactores también incurrieron en confusiones debido a los apodos de algunos de los integrantes de la expedición. A ello deben sumarse las deserciones de otros, lo que hizo que sus nombres no fueran incluidos posteriormente.

Y no todos eran orientales, porque se contaron entre sus filas varios isleños argentinos del Paraná, e incluso paraguayos. Había además entre los patriotas, dos negros esclavos, Dionisio Oribe y Joaquín Artigas. Y había cuatro guaraníes, Pedro Areguatí, Felipe Carapé, Francisco Romero y Luciano Romero


Pasados cinco años del desembarco, Manuel Oribe escribió una lista de todos los hombres que los acompañaron en la Cruzada, lista que fue ratificada por Lavalleja. La misma se componía de 33 nombres y pasó a ser la nómina “oficial”. Se cree que no es casualidad el número 33, ya que Manuel Oribe era masón, y este número es el mayor grado de jerarquía entre los integrantes de la masonería.

El historiador Aníbal Barrios Pintos, llegó a reunir datos biográficos de cuarenta y ocho (48) integrantes de la expedición que encabezaron Lavalleja y Oribe. Algunos nombres que faltan en la lista oficial: Antonio Areguatí y Basilio Muñoz, pero hay muchos más, según Barrios Pintos.

La lista “oficial” de los treinta y tres

Juan Antonio Lavalleja – Manuel Oribe – Pablo Zufriategui – Simón del Pino – Manuel Lavalleja – Manuel Meléndez – Manuel Freire – Atanasio Sierra – Jacinto Trápani – Gregorio Sanabria – Santiago Gadea – Pantaleón Artigas – Juan Spikerman – Andrés Spikerman – Celedonio Rojas – Andrés Cheveste – Manuel Ortiz – Ramón Ortiz – Avelino Miranda – Carmelo Colman – Santiago Nievas – Juan Rosas – Tiburcio Gómez – Juan Acosta – José Leguizamón – Francisco Romero – Luciano Romero – Juan Arteaga – Dionisio Oribe – Joaquín Artigas – Felipe Carapé – Ignacio Núñez – Basilio Araújo.

Cruzando el río Uruguay

Ha narrado Juan Spikerman en sus memorias, lo siguiente: “Luego de culminados los preparativos, un primer grupo de expedicionarios se embarcaron en las costas de San Isidro, el 1 de abril de 1825, comandados por Manuel Oribe. Este grupo desembarcó y acampó en una isla del Paraná, llamada Brazo Largo. Este primer grupo era portador de cantidad de armas, pertrechos y equipos recolectados en Buenos Aires”.

Dice Spikerman que el primer grupo de cruzados permaneció quince días a la espera de los compañeros que debían venir con Lavalleja; y asegura que, durante la estadía en la isla, “pasaron de oculto a la costa oriental, Oribe, Manuel Lavalleja y el baqueano Cheveste, con el objetivo de hablar con el estanciero Tomás Gómez y convenir el día y punto en que debía esperar con caballada a los expedicionarios”.

Vueltos a la isla de Brazo Largo, esperaron el arribo de la segunda expedición unos diez días más, al cabo de los cuales “don Manuel Lavalleja y don Manuel Oribe, de genios impacientes y movedizos, determinaron irse con Cheveste a inquirir la causa de aquel silencio y buscar qué comer, que por lo pronto era la primera necesidad que había que satisfacer. Al llegar a tierra la noche era oscura y casi a tientas dieron con una carbonería, cuyo dueño los llevó a la inmediata estancia de los Ruiz, quienes les explicaron que don Tomás Gómez había sido descubierto, teniendo que escaparse para Buenos Aires, y que las caballadas de la costa habían sido recogidas e internadas. Cuando Ruiz concluyó su narración, Oribe le contestó resueltamente: – “Pues, amigo, nosotros vamos a desembarcar, aunque sea para marchar a pie; mientras tanto, vean de darnos un poco de carne, porque nos morimos de hambre en la isla”.

“Vista por los hermanos Ruiz la decisión de los expedicionarios, convinieron en favorecer resueltamente sus intentos, en hacer las señales de aproximación, en aprontar los caballos, en hablar con algunos amigos y en evitar cualquier choque con las patrullas brasileñas que guardaban la costa”.

Finalmente, el segundo grupo, comandado por Juan Antonio Lavalleja, se reunió con ellos el 15 de abril. Desde la isla de Brazo Largo navegaron por el río Uruguay en la noche del 18, luego de sortear las naves de patrulla brasileñas. Al amanecer del 19 de abril desembarcaron sobre el “Arenal Grande”, en el sitio denominado “la Graseada”, (actual departamento de Soriano). Luego de desembarcar, Lavalleja con el resto del grupo, realizó el célebre juramento de liberar la patria o morir en el intento, enarbolando la bandera tricolor, con la leyenda central de “Libertad o Muerte”.

La playa de la Agraciada

Es un arenal estrecho y bajo sobre el río Uruguay, de 13 km de largo, ubicado en el departamento de Soriano. En el km 284 de la ruta nacional Nº 21, se encuentra la entrada a uno de los sitios históricos más emblemáticos del Uruguay: la Playa de la Agraciada. En ese lugar desembarcó, el 19 de abril de 1825, la expedición militar al mando de Juan Antonio Lavalleja y Manuel Oribe, con el objetivo de expulsar al ejército imperial brasileño que ocupaba la Provincia Oriental, llamada en ese momento por los invasores, Provincia Cisplatina.

Recorte del cuadro de Blanes.

El origen del nombre “Agraciada” es incierto. Una de las versiones, probablemente poetizada, habla de que en el lugar vivía una hermosa paisana, “la agraciada”. Otra versión, más prosaica pero quizás más veraz, propone que el nombre sería una alteración de la palabra “graseada”, procedimiento de extracción de la grasa del ganado sacrificado por los faeneros de la época colonial. La denominación “Arenal Grande”, con el que suele llamarse también ese lugar, es el nombre de un arroyo afluente del río Uruguay que limita a esta playa por el norte. Su desembocadura no es el sitio del desembarco, como se dijera en algún momento, sino que este ocurrió más al sur, donde actualmente se encuentra un monumento conmemorativo.

¿Qué pasaba en Atlántida en esa época?

Ese año de 1825 no pasaba absolutamente nada por estos lares; porque aquí no había ninguna población estable. Solamente naturaleza virgen; bañados; arenales inmensos; barrancas mirando al Río de la Plata; animales autóctonos propios de zonas costeras y tal vez algunas vacas pastando libremente por donde se les antojara, ya que tampoco había alambrados que les impidieran el paso.

Fue largo, e intrincado, el proceso de compras y ventas de tierras en esta zona de la costa de Canelones; porque las primeras grandes “suertes de estancia” que otorgó el Cabildo de Montevideo se fueron subdividiendo en manos de distintos propietarios. Digamos solamente que, en el momento del Desembarco allá en Soriano, la “Ensenada de Santa Rosa” estaba dentro de las tierras de la enorme estancia de “los Gutiérrez”; primero fue Luis Antonio Gutiérrez y luego sus descendientes y familiares, hasta que recién en 1878, por remate judicial, la parte de tierras que incluía lo que hoy es Atlántida pasó a ser propiedad de Albino Olmos. Recién en 1908 -en manos de otros dueños- comenzó a forestarse y después poblarse esta zona de la costa canelonense. De manera que por aquí no hubo ni criollos levantados en armas ni toma de pueblos. En 1825 la población más cercana era Pando, que había sido fundada en el año 1788. Y hacia el este recién estaba por fundarse la población de “Mosquitos” en 1828, la cual posteriormente se llamó Soca.

Pintores del desembarco

JUAN MANUEL BLANES – Plasmó en el cuadro llamado ““Juramento de los Treinta y Tres Orientales”, dicho momento histórico. La tarea le demandó largos años de preparación, que desembocaron, en dieciocho meses de trabajo obsesivo e ininterrumpido. De toda la producción de Blanes este cuadro de grandes dimensiones (5,46 m X 3,11 m), fue el que le dio la denominación de “Pintor de la Patria”. El día 2 de enero de 1878 fue descubierto al público, en el taller del pintor. Finalmente, el autor donó la obra al Estado. Hoy se encuentra en el Museo Juan Manuel Blanes, y en el año 2014 fue restaurado por completo.

JOSEFA PALACIOS – Realizó también una pintura del Desembarco que es muy poco conocida y fue realizada veinte años antes que la de Blanes. Se trata de la obra “Desembarco de los Treinta y Tres Orientales”. Este óleo fue pintado treinta años después de ocurrida la Cruzada Libertadora y veinte años antes que la obra de Juan Manuel Blanes. Según señala la docente e investigadora Sonia Bandrymer, Josefa Palacios nació en Colonia del Sacramento, en la primera mitad del siglo XIX, en el seno de una familia del patriciado local. A través de diferentes fuentes históricas se ha podido determinar que la pintura en cuestión fue realizada en 1854. Es una pintura al óleo, dimensiones (970 x 1.220 mm) y habría sido donada por sus hijos al Museo de Historia Nacional, en 1911. Se expone en la “Casa de Rivera”.

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