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José Enrique Rodó: Un Gran Olvidado

Este año se ha dedicado el “Día del Patrimonio” a recordar el 150º aniversario del nacimiento de José Enrique Rodó. Seguramente se intenta con esta celebración reivindicar la importancia de su obra en la vida cultural de su tiempo.
Ojalá a partir de esta “movida” patrimonial los uruguayos pongamos mayor atención a la figura de Rodó, como escritor, como periodista y como pensador. Hoy día es “un gran olvidado”. No solamente porque las nuevas generaciones desconocen gran parte de su obra, sino también los acontecimientos de su vida personal, que fue intensa y muy corta, ya que murió a los 45 años de edad.

Casa de Montevideo – Calles 33 y Buenos Aires


Y sin embargo -¡qué paradoja!- porque el suyo debe ser el nombre más repetido en parques,
plazas, calles, instituciones educativas, clubes sociales, clubes deportivos, etc. de todo el país. Y también a nivel americano se le ha homenajeado de esa manera.
Quede claro de antemano que esta crónica no pretende analizar su obra ni sus ideas sino -y por sobre todo- presentar un Rodó de carne y hueso, recordando algunas vivencias del hombre que está por detrás del bronce y del mármol.


¿Cómo era José Enrique Rodó?


Ante todo recordemos la época en que nació y vivió; últimas décadas del siglo XIX. Por ejemplo, en el año 1877 se ponía en práctica la Reforma Vareliana.
El 1900 se vino de golpe con sus revoluciones internas y luego sucedieron grandes cambios sociales, institucionales y culturales en nuestro país.
En tal contexto histórico y social nació José Enrique Camilo Rodó Piñeiro, en Montevideo,
el día 15 de julio de 1871. Fue el séptimo hijo de José Rodó y Janer (catalán) y Rosario Piñeiro y Llamas (uruguaya). Los demás hijos eran: Julia, Isabel, Alfredo, Eduardo, José Marcos y María Bartolomé.


Don José Rodó y Janer se dedicaba a la actividad comercial y había logrado una muy buena posición económica. Al nacer José Enrique, la familia Rodó-Piñeiro tenía una gran casa en Montevideo (calle Treinta y Tres casi Buenos Aires) y además una casa-quinta en la ciudad de Santa Lucía.
Dice Mario Benedetti al respecto: » El padre de Rodó perteneció a lo que se podría catalogar como una “burguesía culta” montevideana.
Tenía una nutrida biblioteca que José Enrique disfrutaba desde que aprendió a leer y comprender lo leído.


Él nunca reía


Según sus biógrafos, José Enrique Rodó desde niño tuvo una actitud de seriedad en su rostro. En una fotografía tomada a los dieciocho meses, aparece en una pose muy “adulta” y con una mirada tan penetrante que no parece un bebè. Otras fotografías posteriores, de los cuatro y los once años, muestran el mismo gesto severo y concentrado.
Se puede decir que, en ninguna de las fotografías que se conocen de Rodó el escritor aparece sonriendo. La seriedad fue una constante en su rostro y de su actitud ante la vida.
Uno de sus biógrafos, Víctor Pérez Petit, relata que a los cuatro años Rodó ya había aprendido a leer bajo la dirección de su hermana Isabel. También se sabe que Pedro José Vidal, uno de los más prestigiosos maestros de esa época, le dio clases particulares. Recién a los diez años ingresó Rodó en el Colegio “Elbio Fernández”, institución privada que se fundó con la finalidad de poner en práctica los postulados de la Reforma Vareliana. Entre sus condiscípulos estaba Milo Beretta, que fue luego pintor de renombre; con él fundó Rodó un periódico quincenal, denominado “Los Primeros Albores”, donde publicó sus primeros escritos, dedicados nada menos que a Benjamín Franklin y Simón Bolívar.


El estudiante


Cuando murió su padre, Rodó tenía catorce años y ya la posición económica de la familia no era la misma. La actividad comercial de don José no había ido nada bien y José Enrique dejó sus estudios en el colegio privado para inscribirse en la enseñanza pública. Como estudiante
tenía claras predilecciones: ya que rendía mucho en Historia y en Literatura, pero no prestaba
casi ninguna atención a las materias científicas.
Al respecto dice Zum Felde: » Además Rodó siempre tuvo problemas con los exámenes. Su
gran timidez, le provocaba una especie de estado de pánico frente a las mesas examinadoras. («La idea de que pudiera salir rechazado me llenaba de espanto», le confesó años más tarde a uno de sus amigos).
Pero también otros factores interfirieron en su educación, ya que la precaria situación económica de la familia, tras la muerte del padre, hizo que Rodó se buscara un empleo. En 1885 empieza a trabajar en una Escribanía, por un corto período.
Después ingresa al “Banco de Cobranzas” donde tampoco permanece mucho tiempo, porque
su mayor afán era la literatura y el periodismo.


El aspecto físico del joven Rodó

José Enrique Rodó a los 25 años. 1896.


Arturo Giménez Pastor ha hecho un retrato escrito del Rodó de esos años: «…Una cosa larga, flaca y descolorida; un cuerpo tendiendo a salirse por el cuello, como atraído por la tensión que concentraba en los lentes toda su figura de miope resfriado; señalando pertinaz el rumbo, una nariz que avanzaba descomedidamente; la faz, como fría y desvaída; un hombro mucho más alto que el otro, y pendiente de allí un brazo pegado al cuerpo

…» Era, en cuanto a figura y actitud, el hombre a quien le sobra todo en el desairado juego de los movimientos: brazos, piernas, ropa (¿quién se dio cuenta nunca de cómo iba vestido Rodó?). Todo eso estaba de más y funcionaba como quiera. Daba la mano entregándola como una cosa ajena; la voluntad y el pensamiento no tomaban parte de ese acto. La mirada se diluía imprecisa y corta tras la frialdad de los lentes».

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